4 min read

¿Cuánto importa lo que siento?

¿Cuánto importa lo que siento?

Ante algunas situaciones complejas y estresantes soy perfectamente capaz de responder con calma, con paz, de forma comprensiva y amorosa. Pero ante situaciones muy similares, en otras ocasiones, solo reacciono con ira, rabia, desesperación, frustración y tristeza. ¿Qué cambia de una situación a otra? Únicamente mi estado de ánimo, mi sentir interno. La situación exterior claramente no es el detonante de que responda de una forma o de otra, es solo mi sentir interno, previo al y durante el evento de estrés.

Una conclusion directa y obvia de esto es que la situación podría ser afrontada siempre de forma amorosa, podría siempre responder bien, incluso cuando dentro se siente mal, porque esta claro que sé cómo hacerlo, ya lo he hecho antes. 

Otra conclusión igual de importante es que mi sentir no justifica ningún tipo de reacción. Tendemos a dar un valor superlativo al sentir personal hasta el punto de aceptar que justifica cualquier tipo de reacción, porque “he perdido la paciencia” o porque “ya está bien, a la décima ya exploto” o cualquier otra historia que nos cuente la cabeza. 

Ocurre, además, que cuando la respuesta es desde la emoción del momento y no desde un lugar de paz, suele aparecer un sentimiento de culpa inmediatamente después de la reacción. Reaccionar tiene algo de placentero en el momento, de afirmación de mi persona y mi personalidad, de hecho hay algo de adictivo en ese tipo de respuesta. Pero inevitablemente surgen más tarde la culpa y el remordimiento. Esta culpa podría ser un refuerzo negativo que debería hacer que cada vez reaccionara menos pero que no es así, pues la sensación de placer sádico que se da en la reacción intuyo que contrarresta la posible acción desincentivante del sentimiento de culpa posterior.

Después de pasar por este tipo de episodios muchas veces, especialmente con mis hijos y muy especialmente en el infierno que supone el verano, cuando están ociosos y yo aún tengo que trabajar, querría pensar que tengo una respuesta a cómo debo actuar y qué forma de hacer me va a reportar más felicidad. Por desgracia creo que no estoy ni un centímetro más cerca de lo que estaba hace 9 años a darle una respuesta a esto, algo que es profundamente descorazonador. 

He probado meditando, he probado visionando conflictos y respondiendo de forma amorosa, he probado hablando con mis hijos y con mi mujer sobre el tema para ver cómo podemos tratarlo mejor y nada de esto ha hecho que mejore lo más mínimo. 

Un primer paso que estoy empezando a dar es el entender que, aunque ahora casi todos mis triggers estén ligados a situaciones con mi mujer y mis hijos, dado que las respuestas nacen de dentro y lo que ocurre fuera parece no tener una influencia muy grande en el tipo de respuesta que doy a cada situación, debo reconocer que en ausencia de mujer y de hijos, otros triggers tomarían su lugar. Por tanto, de cara a crear una vida feliz de lo que me queda en la Tierra, debo entender qué es lo que pasa dentro que hace que salte y qué estrategias puedo seguir para que pase cada vez menos o que pueda responder de forma más amorosa cada vez más. 

Esto ya en sí supone una derrota, el asumir que este ciclo de respuestas de paz y respuestas de guerra seguirá dando vueltas y no seré capaz de anticipar cuál va a ser la respuesta a una situación en ningún momento. Es una derrota, pero ¿quién pierde? Pierdo “yo” que no quiero sentir la ira, el odio, la ansiedad y la frustración, que quiero eliminar esas emociones de mi vida para siempre. No sé quién me ha dicho que puedo eliminarlas, cuál es el origen de esta fantasía, pero empiezo a pensar que no podrá materializarse jamás. 

¿Podría, la próxima vez responder sin generar remordimiento incluso si tengo sentimientos negativos como la ira o la tristeza? Creo que esto es imposible. Las veces que puedo recordar que he podido ser consciente de no reaccionar ante una situación que me está haciendo sentir mal, recuerdo que esa ausencia de reacción era una forma de control sobre “mi”, una forma de represión y luego sentía una pena y una angustia, seguía surgiendo un profundo pesar y la pregunta en la mente dando vueltas “¿por qué me tiene que pasar esto?" o "¿qué he hecho para tener que sufrir así?”. 

Entonces, ¿qué me queda? ¿Cuál es la solución? Porque me niego a pensar que no hay una. Está claro que una lectura rápida sobre los grandes sabios de la historia despeja las dudas sobre si puede haber una forma mejor de vivir, de hecho, es lo que esos mismos sabios predican. Aceptación, no-reacción, poner la otra mejilla, amor incondicional, rendición a lo que sea que ocurra, etc. Todos apuntan a lo mismo, pero todos le ponen un asterisco: esto solo puede suceder, no hay nada que “tu” puedas hacer, "tu" entendido como esa parte de nuestra experiencia que cree tomar decisiones y tener el control sobre su vida, que se pone metas y se esfuerza en alcanzarlas. Porque todo lo que hagas desde ese “tu” estará sujeto a una expectativa y por tanto traerá frustración al no verse cumplida.

La reducción de expectativas es un punto de encuentro de muchos grandes sabios. ¿Cómo podría afrontar una situación dada sin expectativas? ¿Para qué haría nada si no tengo la expectativa de que ocurra algo? Al menos por ahora, en este cuerpo-mente, todo lo que se hace tiene como objetivo un resultado. No siempre surge la frustración si el resultado no se logra, de hecho puede que surja pocas veces, pero surge, sin duda. 

Quizás por ahora el único aprendizaje sea que mi sentir, algo que parece tan central en la motivación y justificación de mis actos, tenga mucha menos importancia de lo que quiero creer. Debería entonces tomarlo mucho menos en serio, no usarlo como escudo y espada contra los enemigos que tenga delante. Simplemente observar, hacerme consciente del sentir interno sin dejarme llevar por él, sin reaccionar para darme el espacio que me permita elegir el camino de menor remordimiento. Relajarme mientras caen las bombas. No creo que por ahora pueda aspirar a mucho más.