Un cambio de perspectiva
Solía creer que yo era capaz de controlar mis reacciones. Solía decirme, cuando me enfadaba, que por qué me enfadaba, que debía aprender a responder mejor y a mantener la calma. Y poco a poco lo fui consiguiendo hasta que era capaz de estar en paz con independencia de lo que ocurría a mi alrededor. La meditación, el psicoanálisis etc, todo ayudaron en ese proceso de ganar consciencia sobre lo que me ocurría y a controlar mejor mis reacciones.
Un día, sin embargo, me encontré reaccionado con ira a una situación. La ira me invadió de tal manera que me fue imposible controlarla. Estaba dominado por ella, no podía y ni siquiera quería dominarla, sentía dentro la necesidad de darle rienda suelta, de dejarme arrastrar. Eso me llevó a ser duro, mezquino y agresivo, me llevó a sentirme mal pero a la vez en el fondo a sentirme con la satisfacción de haber logrado un deseo que estaba dentro, el de dejar la ira salir.
A ese episodio le siguieron otros y en poco tiempo me vi que mi existencia era bastante poco placentera. Volví a meditar, a leer libros de autoayuda, de filosofía, de psicología, a indagar y buscar la paz. Pero al contrario que la vez anterior, esta vez la paz no era profunda y duradera. En ocasiones me veía que había dentro una paz estable que todo lo aguantaba y con independencia de lo que estuviera ocurriendo fuera era capaz de responder con amor y cariño hacia mi entorno. Pero eso duraba poco, a los días o a veces incluso en el mismo día, la misma situación se repetía, los niños pegándose, una mala noticia en el trabajo, mi mujer exigiendo más de mi, un mal partido de pádel, podía hacer que la ira, la rabia, el miedo o la angustia volvieran a hacerse presentes sin tener la capacidad de poder verlo desde la paz y entonces la respuesta podía ser brutal, principalmente para mi mismo, se podía instalar en mi estómago y mi garganta una terrible sensación de tensión y agobio, como estuvieran estrujándome por dentro manos gigantes.
Al tiempo, cuando estos ciclos de ira-paz se habían dado unas cuantas veces, fui capaz de ver algo que ahora no puede ser más obvio pero que, antes de verlo, no me podía parecer más extraño y contraintuitivo, vi que en realidad “yo” no puedo controlar nada. Por supuesto no puedo controlar lo que ocurre “fuera”, es totalmente ajeno a mi control por definición, pero creía (y hasta diría entonces que YO SABÍA) que sí se podía controlar cómo reaccionamos a lo que ocurre fuera. De hecho, esto es algo que se puede leer mucho en el mundo de la psicología y la autoayuda, que nuestra única libertad es la de elegir cómo reaccionamos a lo que nos ocurre, cómo jugamos las cartas que nos tocan.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando entendí hasta qué punto eso es una gran jilipollez. Una trola contada para que siga existiendo la sensación de ser un “yo” que va por al vida decidiendo en total libertad, controlando, si no lo de fuera, al menos lo de dentro. Lo más divertido del tema es que esos mismos que dicen que podemos controlar lo de dentro luego hablan de un concepto al que llaman “ego” como si fuera el enemigo, vaya contradicción! “Entonces, “yo” el ser supremo que puede, si se lo propone, controlar cómo reacciona a lo que le sucede, debe, con ese poder que se le concede a este “yo” destruir el ego, que es el enemigo que se interpone entre “yo” y la felicidad”. Acojonante. Esta claro que hay quien ha entendido parte de un mensaje profundo y ancestral y lo ha torturado hasta que ha tenido la forma que le encajaba para evitarse todo el problema de tener que cuestionar de verdad sus creencias y luego lo ha servido al gran público ya bien masticado para que no tengamos que pensar demasiado. Comida basura para el cerebro.
La experiencia que, al menos aquí, se ha hecho presente y clara, es que esto del “yo” y del “ego” es exactamente lo mismo. No en vano, ego es la palabra latina para decir “yo”. No hay nada escondido, todo está aquí muy claro si quieres ver. El gran cambio de perspectiva es que no es verdad que controlamos cómo reaccionamos a las cosas. Si fuera así, ¿quién sería tan estúpido de elegir reaccionar de forma airada, violenta o dañina para uno mismo y para los demás? Yo NO elijo enfadarme y responder con un grito a mi hijo. Este tipo de forma de pensar lleva a un ciclo vicioso de culpabilidad que genera resentimiento y que ahonda mi agresividad en la siguiente situación complicada.
Hablando de esto con mi hijo el otro día, sacaba un argumento interesante, que decía algo así como que en realidad yo si controlo ciertas cosas. Por ejemplo, a veces sí soy capaz de controlar la forma en la que respondo aunque hay otras que no. Y cuanto más aprendo más aumento las veces en las que respondo como quiero. Este es un argumento interesante y se me ocurrió una forma de explicar por qué no lo considero un argumento válido. Supongamos que tengo una moneda y digo “yo controlo esta moneda, soy capaz de hacer que salga siempre cruz” y la tiro al aire. Si sale cruz diré “ves, yo controlo”. Si sale cara diré “vaya, esta vez no, pero es que no la controlo siempre, solo la mayoría de las veces”. Y todos felices.
Por supuesto, nadie puede controlar la moneda, igual que nadie controla cómo reacciona a las cosas que le suceden. Lo que ocurre, ocurre. Y LUEGO, surge el pensamiento en la cabeza “yo he controlado lo que pasaba” o “esta vez no he controlado, tengo que mejorar y practicar para que la próxima vez no me pase”. El cuerpo, así como la mente, pueden efectivamente aprender automatismos que hagan que las reacciones vayan en una dirección. Así como un futbolista entrena hacer pases, regates y tiros para que el cuerpo mejore sus reacciones en el campo, la mente puede entrenarse para predefinir las respuestas a estímulos externos como una pelea de mis hijos, puede aprenderse un automatismo y que ayude a dar una respuesta más sosegada. Esto sigue sin ser garantía de nada pero si hará que estadísticamente respondamos más “como yo quiero”. Pero esto no es que “yo” lo controle, esto es usar la naturaleza. E incluso elegir hacer esto no es una decisión de “yo”, es algo que se aprende, si se da que se aprenda. Y luego, de elegir hacerlo a hacerlo de verdad suele haber un salto cuántico que pocos dan.
El resumen del cambio de perspectiva es que “yo” no controla nada, es un mero espectador de lo que va ocurriendo en esta vida que llamo “mía”. Y ahora cuando surge algo que suele atacar mis nervios y soy capaz de responder con amor y cariño surge además una profunda gratitud por que esto haya ocurrido. Y si no he sido capaz de controlar la reacción, surge una aceptación de la situación que, curiosamente, tiene la bondad de reducir mi reacción, al aparecer en la mente el reconocimiento, obvio, de que “yo” no controlo nada. Y en esas situaciones la culpa ya no aparece en escena, lo que corta el ciclo de culpabilidad – resentimiento – autocastigo. Todo sucede y lo único que puedo decir de “mi” es que soy el espectador del mayor espectáculo jamás creado, mi vida.